El 29 de noviembre de 1577,
con presencia de escribano, se congregaron en el convento de Santa Isabel, a
campana tañida, según lo tenían de costumbre, todos los frailes agustinos y
superiores del mismo y el prior les dijo: “Nuestro
convento posee una casa y huerta con 150 fanegas de tierra en el pago de
Cazalla, la cual queremos vender al monasterio de Santa María de Oviedo de la
orden de San Basilio Magno por precio de 1000 ducados, la casa y la huerta, y
400 ducados, las tierras, que juntos montaban 1400 ducados, de los que tenían
que redimir cada año, por renta, 100 ducados.”
Los frailes contestaron que
estaban de acuerdo. Se volvieron a reunir los días siguientes otras dos veces
como era preceptivo en cosas tocantes a este convento. El prior siempre volvió
a hacerles la misma pregunta, y siempre contestaron que sí.
Por su parte, los basilios de
Santa María de Oviedo, se reunieron el 3 de diciembre y también otras dos veces
posteriores, acordando comprar la heredad de Cazalla porque les era útil y
provechosa.
El día 4 de diciembre firmaron
los basilios en Huelma.
Los basilios se
sintieron engañados
Al año siguiente, los basilios
se sintieron engañados en el precio de lo comprado, al menos eso fue lo que
pensó el provincial de la Orden, que los amenazó de excomunión si no dejaban la
heredad que habían comprado, por lo que decidieron hacer defensa interponiendo
un pleito. Los agustinos, que no debían tener la conciencia muy tranquila y por
evitarse problemas, decidieron hacer la gracia de rebajarles 300 ducados.
Tras el paso de algunos años,
los basilios de Cazalla siguieron viendo que esta finca era un mal negocio y en
ellos tomó cuerpo la idea de que habían sido agraviados. El visitador
provincial les dio licencia para iniciar el pleito, el que presentaron ante el
provisor del obispado en 1591.
El pleito duró hasta
1598. Pero esa es una historia que, sobre todo, nos ha permitido, por la
documentación archivada en la catedral de Jaén, conocer cómo era el monasterio,
quiénes eran, qué tenían y cómo vivían los basilios en aquellos años de final
del siglo XVI. Pero antes vamos a conocer quiénes eran los de la orden de San
Basilio Magno.
La orden de San Basilio Magno
San Basilio Magno (329-379), griego, nació en
Helenoponto, cursó estudios en la escuela superior de Atenas. Tras visitar a
los padres del desierto escribió unas nuevas reglas hacia el año 363, más
precisas y más metódicas que las de San Pacomio, que influyeron en el
monaquismo oriental y el occidental, las mismas reglas en las que viven los
basilios de Oriente.
El monasterio
de basilios de Santa María de Oviedo en Mata-Bexix
Unos años antes, en Mata-Bexix, se habían establecido 12
ermitaños que vestían hábito de paño pardo, a orillas del rio Oviedo. Eran doce
por la tradición desde los orígenes del monaquismo. San Pacomio agrupó a los
eremitas del desierto en colonias o cenobios, de doce monjes, con lo que
nacieron los monasterios.
Aquellos 12 monjes hacían vida contemplativa, sin
sujeción a regla alguna, hasta que a finales de 1538 ocupó el obispado de Jaén,
don Francisco de Mendoza, hijo de los primeros marqueses de Mondéjar, se
preocupó que llegara a las zonas rurales el servicio de misa y la enseñanza
cristiana. Así en 1540 los 12 ermitaños de las Celdillas del rio Oviedo o
Mata-Bexix, recibieron del obispo la regla de San Basilio Magno, que se
obligaron a guardar, fundando el monasterio de Santa María de Oviedo, el
primero de la orden de San Basilio que se creaba en España, tras los siglos de
vacío con la presencia musulmana. Eligieron su primer abad, fray Bernardo de
San Andrés o de la Cruz, sacerdote natural de Montilla.
Había un convento en piedra y su iglesia dedicada a la
Virgen María.
El silencio, la humildad, el ayuno, el abandono de sus
bienes a la comunidad eran otros medios para desprenderse de este mundo para
poder saborear ya en esta vida algo de la beatitud celestial. Aunque parezcan
duros, eran más suaves que los extremismos de penitencia y privaciones de los
eremitas orientales.
San Basilio fue obispo de Cesárea y luchó contra la
herejía arriana. Era alto, flaco, enjuto de carnes, pálido y algo triste, nariz
proporcionada, arqueadas las cejas, aspecto de absorto y pensativo, sienes algo
cóncavas, barba larga y entrecana.
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