mayo 27, 2016

San Basilio, fusilado por "fascista"

Al estar el cortijo El Convento en manos de la familia Lozano de Campillo de Arenas, que eran grandes propietarios, las familias más pudientes de dicha población, más vinculadas con las fuerzas conservadoras y, tal vez, proclives a la sublevación de Franco, utilizaron de refugio dicho cortijo durante todo el período de la Guerra Civil española, tratando así de evitar el riesgo de las acciones de milicianos radicales que por su cuenta secuestraban y fusilaban sin miramiento alguno a aquellos que ellos consideraban fascistas.
Pero en Carchelejo pronto se supo que allí estaban refugiados dichas personas de Campillo de Arenas, por lo que fueron algunos grupos radicales de éste pueblo los que quisieron llevar a cabo la tarea de la persecución de los mismos.
Se supone que en los círculos de estos grupos extremistas del pueblo se decidía una noche cualquiera que iban a llevar a cabo la operación por sorpresa yendo al cortijo al amanecer del día siguiente. Pero como muchos jornaleros del pueblo trabajaban desde generaciones en aquel cortijo y mantenían lazos afectivos potentes con sus propietarios, esa misma noche se desplazaban al cortijo para advertirles de las intenciones de los milicianos incontrolados, lo que hacía que los “fascistas” se fueran a pasar la noche y el día a lo alto de los montes. Cuando llegaban los milicianos, allí no encontraban a nadie y, enfadados, se ponían a fusilar a la estatua de San Basilio, por fascista. Estos hechos ocurrieron reiteradamente, lo que llevó a la familia de los cortijos, para proteger el santo, la necesidad de ocultarlo, recubriéndolo con yeso.

Y así ha estado hasta el año 1998, que fue descubierto de nuevo y devuelto a la imagen original que había tenido desde la fundación del monasterio, seguramente por los agustinos, allá por el siglo XV o principios del XVI.

La batalla de Campillo con Los Cien Mil Hijos de San Luis

En el año 1823 la localidad de Campillo de Arenas fue el campo de batalla de los ejércitos español y francés en el contexto de la invasión francesa para restaurar el régimen absolutista de Fernando VII, acabando con el Trienio Liberal iniciado tres años antes.

La batalla se llevó a cabo fundamentalmente en la sierra del castillo de Arenas, cerca del Monasterio, que jalona el valle por una de sus vertientes. Los ejércitos, en su retirada hacia Jaén, utilizaron el camino a Carchelejo, por lo que tuvieron que pasar por el monasterio. ¿Estaban aún los monjes en él o ya había sido vendido o arrendado como se narra en capítulos anteriores?

Esplendor del Monasterio en el siglo XVIII

Llegamos al siglo XVIII con la existencia de este monasterio que se mantiene apartado en su soledad, y pese a la decadencia en los últimos tiempos del reinado de Carlos II y durante la Guerra de Sucesión, cuyos costes apenas llagaron a ese desierto de Cazalla, alcanza su mayor esplendor, con el mayor número de monjes y con más tierras y ganados.
Ordenada la confección del famoso Catastro del marqués de la Ensenada, el abad del monasterio presentó por escrito y firmó su correspondiente declaración fechada en julio de 1751, en Carchelejo, a fin de unirla a las relaciones de eclesiásticos vecinos de dicho término y forasteros hacendados en él, y que comienza así:
“Relación que yo el Reverendo Padre don Juan de Benavides, Abad de el Monasterio de Cazalla de la Orden del Señor San Basilio Magno, extramuros de este lugar de Carchelejo y comprendido en su término, distante de el dicho lugar como un cuarto de legua, poco más o menos, doy fe de los bienes raíces y ganados, pertenecientes a dicho Monasterio, como también de los monjes, sacerdotes y legos de se compone, y mozos sirvientes, tanto en la labor como en la guarda de ganados. Todo en conformidad de lo prevenido en el edicto despachado por el Sr. Don Manuel Velarde Zevallos comisionado por S. Md. Para entender en el establecimiento de la única Contribución de este Reyno.”
Vemos de manera clara que el monastario se había enriquecido notablemente. Había pasado a tener trece fanegas y medio de regadío y cuatrocientas seis de secano, que equivaldrían hoy a unas 263 hectáreas de terreno, con 1182 olivos, 2300 vides, frutales, parrales, encinas, quejigos, tierras de labor y monte y más de 500 cabezas de ganado.

Se deduce del catastro de la Ensenada que el monasterio poseía bienes suficientes para mantener su comunidad y servicio, todo esto sin contar con los estipendios de misas y limosnas que obtenían los frailes en su asistencia espiritual a la comarca.

Las leyendas del albondigón y el fraile de la Cencerrilla del Monasterio de Cazalla de Carchelejo

Hay dos leyendas que se han transmitido generación tras generación entre los habitantes del monasterio.
Una primera que se contaba en las familias el día que tocaba comer puchero de garbanzos con albondigón. Hacía mención a un tiempo en que los frailes morían con frecuencia y de forma repentina, habitualmente tras las comidas de puchero de garbanzos con albondigón, que es como una albóndiga enorme que se añadía al puchero y se comía junto a la carne y demás ingredientes tras el caldo con los garbanzos. Comida que seguramente era un lujo en la época y tradicional hoy en día todavía en los pueblos de Sierra Mágina.
No eran pocos los que relacionaban las muertes con la presencia del albondigón, lo que llevaba a los frailes a recriminar a los hermanos de las cocinas esa coincidencia, recelando del manjar. Pero como era un ingrediente muy apreciado, contaban que cuando el padre fraile jefe de la cocina estaba cocinando cocido de garbanzos, manifestaba en voz alta:
-          No sé si poner albondigón al cocido.
A lo que contestaba el fraile ayudante, muy jovencito, de la cocina:
-          ¡Padre, que siga el albondigón y caiga quien caiga!

La segunda leyenda nos la contaban a la luz de la lumbre, en las noches de invierno, y se refería a un fraile que cometía muchas tropelías en el convento, no cumpliendo las obligaciones religiosas de las oraciones, esquivando sus trabajos en el campo, rompiendo con frecuencia las reglas de la Orden, por lo que era castigado  cada vez de forma más severa. Hasta que en una ocasión lo sorprendieron manteniendo relaciones con una criada, lo que el castigo ya supuso penitencias extremas, reclusión, ayunos prolongados, y como no escarmentaba, fue expedientado y mandado a prisión fuera del convento durante varios años.
Cuando volvió al convento el fraile  se vengó de varios de los frailes de las formas más variadas, incluso fue acusado de sospechoso de la muerte de alguno, por lo que al morir fue castigado por Dios a vagar eternamente por el valle del monasterio arrastrando unas cadenas y con una cencerrilla colgada del cuello, para que fuese advertido por las gentes y así huyesen de él, como un leproso.
Y en las noches oscuras, de lluvias y relámpagos, y, asomados a la calle desde el portal, te decían:
-          ¿Oyes cómo suena una cencerrilla por el Cerrillo de San Marcos?
-          No oigo nada –respondía uno, muerto de miedo.
-          ¿Seguro que no la oyes? ¡Pero si se escucha perfectamente como baja el tintineo por la cuesta del Cerrillo! –insistían.
Los relámpagos iluminaban la noche, cuando apenas los candiles de aceite y las llamas de la lumbre eran las únicas luces de las casas y los truenos inmediatamente parecían romper las entrañas del valle, ahogándonos a los niños en la visión dramática y compasiva, al mismo tiempo, de aquel fraile errante por los campos, que imaginábamos arrastrando las cadenas entre el hábito negro embarrado y la cencerrilla al cuello. Os puedo asegurar que lo escuchábamos, porque al mismo tiempo podría sonar el cencerro de cualquier cabra u oveja al moverse en  los corrales, lo que llenaba de veracidad la leyenda.

Es probable que las dos respondan a una sola y estén fundamentadas en el conflicto del fraile rebelde Alonso Pérez de Alarcón en el siglo XVII y que uno de sus pecados habría sido enamorarse de una moza de la servidumbre, con la que terminó errando por los montes, escondido en las cuevas de la zona, como la cueva del Puerto, y que volvió al convento una vez murió la amada, pasando el resto de su vida oculto de la persecución de la Inquisición por sus frailes hermanos, trabajando hasta su muerte como un gañán del convento. También, tal vez, se hayan inventado algunas partes de la leyenda, metiendo al fraile perseguido en las cocinas como servidumbre y desde ahí se vengaba de alguno de los frailes que le hubiese denunciado o maltratado. ¡Qué sé yo! Pero ya sabéis que muchas veces las leyendas se asientan en algunos aspectos en partes veraces de la historia y el recuerdo de las gentes, que se van adaptando a las necesidades de las mismas.

El Monasterio y sus tierras en manos de la familia Lozano, de Campillo de Arenas, desde casi su desamortización

Según escribe Jorge González Cano, investigador y cronista de Los Cárcheles, a partir del catastro del marqués de la Ensenada se tiene una fotografía minuciosa de cómo es el paisaje de la zona. Predominaba el monte y pasto común junto al arbolado autóctono (quejigos y chaparros) frente a tierras cultivadas –sólo representaban un 27% de la extensión del término-. Estas cifras explican sobradamente la importancia del sector ganadero en la zona.
Las tierras dedicadas a siembra suponen un 80% de la superficie cultivada. Se sembraba trigo, cebada, centeno, yeros, lentejas y garbanzos. El período de rotación dependía de la calidad de la tierra e iba desde sacar dos frutos al año sin intermisión hasta tener que dejar las parcelas tres años en barbecho en tierras de poca calidad. El viñedo ocupaba el 3,67% de las tierras cultivadas, mientras que al olivar se dedicaba un 2,02% de la superficie, que junto a los árboles frutales, morales y nogueras no llegaban al 6% del total de las tierras cultivadas.
El 13,91% de la superficie estaba ocupado por encinas, quejigos y chaparros, dedicada a ramonear y criar ganado con su fruto, entresacar leña para los hornos y hacer carbón para uso doméstico.
La población iba en aumento y en la tierra no dejaban de hacerse nuevas roturaciones. El pastoreo era el oficio que más personas ocupaba en estos lugares. El ganado cabrío con 4043 cabezas, después el ovino, los cerdos, el vacuno y los semovientes (asnos, caballos y mulos).
Este medio físico no cambia en la zona hasta mediados del siglo XIX. A partir de ahora el olivar comienza poco a poco a cambiar el paisaje hasta hoy en día haberse convertido en monocultivo.
Durante la primera mitad del siglo XIX los grandes propietarios de tierras en la zona eran: el Duque de Montemar y Conde de Garciez, la ciudad de Jaén con sus bienes de propios y los monjes basilios de Cambil –propietarios en un principio de las tierras del suprimido monasterio de Cazalla en un primer intento en 1810 y definitivamente durante el Trienio Liberal, posteriormente compradas al Crédito Público por D. Blas Manuel Teruel-. Todos estos van desprendiéndose de sus propiedades poco a poco. En los protocolos notariales de ésta época se puede rastrear este proceso de arrendamiento y venta de parcelas a los vecinos de Carchelejo. Por ejemplo, en 1831, el Padre D. Diego Bustos, Administrador de los bienes del suprimido monasterio de Cazalla, arrienda por 5 años a favor de Juan Ramón González, 2/3 partes del molino aceitero de dicho convento y tres suertes de olivar llamadas San Marcos, San Agustín y de En medio, así como un huertecillo junto al mismo molino, a cambio de 700 reales en moneda contante y sonante y no en vales reales. Este molino aceitero fue adquirido en 1822 por D. Francisco Fajardo, pero a la restauración del absolutismo fue otra vez devuelto a los monjes basilios. De esta manera en 1835 vuelve a ser propiedad del referido Francisco Fajardo que a su vez lo arrienda. El grueso de las tierras pertenecientes al monasterio fueron adquiridas por D. Blas Manuel Teruel al Crédito Público, un total de 704 fanegas, incluido el edificio convento y a su vez vendidas a Antonio José Lozano Ayala en 15.500 reales en 1845.
Otro ejemplo, las tierras del Duque de Montemar, alrededor de 600 fanegas entre secano, huertas, pastos y monte, que desde 1751 habían estado arrendadas a colonos residentes en los cortijos de Cazalla, a partir de estas fechas los arrendamientos se realizan con distintos vecinos de Carchelejo y Campillo de Arenas.
Los Bienes de Propios de la Ciudad de Jaén en Carchelejo rondaban las 777 fanegas en 1751 y estaban arrendados a diversas personas. Por estas fechas se produce la venta de la mayor parte de estos bienes a labradores de Carchelejo.

Los sucesivos repartos hereditarios de la familia Lozano, generación tras generación, ha conllevado, como en toda la zona, la atomización de la propiedad, hasta el minifundismo de la actualidad.

mayo 17, 2016

El fraile rebelde Alonso Pérez de Alarcón

En 1688 hay un expediente sobre un fraile basilio exclaustrado del Monasterio de Nª Sª de la Esperanza de Cazalla de Carchelejo, llamado Alonso Pérez de Alarcón, que tomó los hábitos de la Orden de San Basilio Magno en el monasterio de Santa Cruz de Villanueva del Arzobispo, donde estuvo once meses. Como no deseaba profesar, el abad y monjes de Santa Cruz, le quitaron el hábito y lo echaron del convento. Estuvo un año en los atos de pastores y al volver a su casa, contando con diecinueve o veinte años de edad, forzado y violentado por su padre, según declara el joven, le llevó al convento de Nª Sª de la Esperanza de Cazalla, donde le dieron el hábito, y siempre amenazado por su padre, hizo profesión.
En el referido monasterio se ordenó hasta de presbítero y durante veinte años desempeñó los cargos que pretendió con mucha diligencia. “Luego cometió excesos y delitos y se le mandó estar recluso ciertos años en el monasterio de Nª Sª de Gracia de la villa de Posadas, confirmada la sentencia por el capítulo definitorio pleno que celebró dicha religión en el colegio de San Basilio de la ciudad de Sevilla en octubre de 1666. E hizo fuga y se quitó el hábito y se volvió al mismo lugar del que fue desterrado, donde con hábito secular y profano ha andado hasta de presente amontado por los cortijos y sierras, con escopeta al hombro y llevando consigo a una mujer mundana causando graves escándalos, en hábito de lego, según certificación del padre Mº don Juan de Eslava y Figueroa, secretario de la provincia, autorizada por el M.R. padre abad provincial de esta provincia de Andalucía. Está excomulgado por dicha religión y puesto en las tablillas de sus monasterios”.
El expedientado, “para que los basilios no lo prendan, molesten y vejen, pidió ser depositado en cualquiera de los conventos de Jaén”, a lo que accedió, y el 25 de agosto de 1668, el padre Martín de Sevilla recibió, como guardián del convento de Nuestro Padre San Francisco de la Orden de Capuchinos extramuros –Alameda- al padre don Alonso Pérez de Alarcón, del Orden de San Basilio Magno.

De estas actuaciones se dio traslado al abad y monjes de Nª Sª de la Esperanza de Cazalla, que lo recibieron estando toda la comunidad presente.

El Monasterio de Cazalla en Carchelejo, Altar de Ánimas en el siglo XVII


El Monasterio se estabiliza y consolida en el siglo XVII en términos económicos, y eso fue posible gracias a ser Altar de Ánimas.
En 1633 obtienen un breve y letras apostólicas del Santo Padre Urbano VIII, por el cual se daba facultad a que en la iglesia de dicho convento hubiese un altar de Ánima, lo cual era un privilegio muy codiciado entonces, tanto en parroquias y conventos como en otros templos.
Dase este nombre a los altares en los cuales por privilegio pontificio, se gana indulgencia plenaria aplicable en favor del alma de un difunto.
Créese que comenzó a usarse este privilegio desde principios del siglo IX, atribuyéndose el origen al papa Pascual I, al tenor de una inscripción en la iglesia de Santa Práxedes en Roma.
El privilegio es perpetuo o temporal.
En el perpetuo se designa el altar con su advocación y la iglesia donde está. El privilegio es válido y duradero, de modo que subsiste aunque se restauren la iglesia y el altar, siempre que sea con la misma efigie y advocación y en la misma iglesia. Generalmente tienen al lado un cartel o lápida que lo indica con la fórmula “altar de ánima perpetuo”. Benedicto XII concedió a los obispos el poder designar en las iglesias catedrales un altar perpetuo a su elección.
El temporal expira al fin del septenio, o del tiempo de su concesión. Clemente XIII concedió privilegio temporal y por siete años de poder aplicar las indulgencias en los altares donde se guardara la sagrada Eucaristía en todas las iglesias parroquiales del orbe. El día de Animas o de Difuntos se consideran como privilegiados todos los altares por concesión del mismo pontífice.
El color negro debe usarse en las misas que se digan en dichos altares con objeto de ganar y aplicar la indulgencia en cuanto fuere posible, según decreto de la Congregación de Ritos, a no ser que haya alguna solemnidad que impida usar aquel color. (Decreto de 11 de abril de 1864.)

La indulgencia no va adherida propiamente al altar o al ara, a no ser que la concesión lo explique de ese modo, sino más bien a lo que llamamos comúnmente el retablo, cosa distinta del altar, pues suele expresarse el título de la advocación y aun la efigie o imagen en consideración a la que se hace la concesión. Así se dice que es de ánima el altar de tal crucifijo o efigie.
Pues con esta concesión el monasterio comenzó a recibir importantes ingresos económicos de la feligresía de la zona que deseaban que sus difuntos pudiesen salir del purgatorio cuanto antes. Eso hizo aumentar las propiedades de los frailes de las primeras 97 hectáreas a 245 cuando llegamos al siglo XVIII.