mayo 27, 2016

Las leyendas del albondigón y el fraile de la Cencerrilla del Monasterio de Cazalla de Carchelejo

Hay dos leyendas que se han transmitido generación tras generación entre los habitantes del monasterio.
Una primera que se contaba en las familias el día que tocaba comer puchero de garbanzos con albondigón. Hacía mención a un tiempo en que los frailes morían con frecuencia y de forma repentina, habitualmente tras las comidas de puchero de garbanzos con albondigón, que es como una albóndiga enorme que se añadía al puchero y se comía junto a la carne y demás ingredientes tras el caldo con los garbanzos. Comida que seguramente era un lujo en la época y tradicional hoy en día todavía en los pueblos de Sierra Mágina.
No eran pocos los que relacionaban las muertes con la presencia del albondigón, lo que llevaba a los frailes a recriminar a los hermanos de las cocinas esa coincidencia, recelando del manjar. Pero como era un ingrediente muy apreciado, contaban que cuando el padre fraile jefe de la cocina estaba cocinando cocido de garbanzos, manifestaba en voz alta:
-          No sé si poner albondigón al cocido.
A lo que contestaba el fraile ayudante, muy jovencito, de la cocina:
-          ¡Padre, que siga el albondigón y caiga quien caiga!

La segunda leyenda nos la contaban a la luz de la lumbre, en las noches de invierno, y se refería a un fraile que cometía muchas tropelías en el convento, no cumpliendo las obligaciones religiosas de las oraciones, esquivando sus trabajos en el campo, rompiendo con frecuencia las reglas de la Orden, por lo que era castigado  cada vez de forma más severa. Hasta que en una ocasión lo sorprendieron manteniendo relaciones con una criada, lo que el castigo ya supuso penitencias extremas, reclusión, ayunos prolongados, y como no escarmentaba, fue expedientado y mandado a prisión fuera del convento durante varios años.
Cuando volvió al convento el fraile  se vengó de varios de los frailes de las formas más variadas, incluso fue acusado de sospechoso de la muerte de alguno, por lo que al morir fue castigado por Dios a vagar eternamente por el valle del monasterio arrastrando unas cadenas y con una cencerrilla colgada del cuello, para que fuese advertido por las gentes y así huyesen de él, como un leproso.
Y en las noches oscuras, de lluvias y relámpagos, y, asomados a la calle desde el portal, te decían:
-          ¿Oyes cómo suena una cencerrilla por el Cerrillo de San Marcos?
-          No oigo nada –respondía uno, muerto de miedo.
-          ¿Seguro que no la oyes? ¡Pero si se escucha perfectamente como baja el tintineo por la cuesta del Cerrillo! –insistían.
Los relámpagos iluminaban la noche, cuando apenas los candiles de aceite y las llamas de la lumbre eran las únicas luces de las casas y los truenos inmediatamente parecían romper las entrañas del valle, ahogándonos a los niños en la visión dramática y compasiva, al mismo tiempo, de aquel fraile errante por los campos, que imaginábamos arrastrando las cadenas entre el hábito negro embarrado y la cencerrilla al cuello. Os puedo asegurar que lo escuchábamos, porque al mismo tiempo podría sonar el cencerro de cualquier cabra u oveja al moverse en  los corrales, lo que llenaba de veracidad la leyenda.

Es probable que las dos respondan a una sola y estén fundamentadas en el conflicto del fraile rebelde Alonso Pérez de Alarcón en el siglo XVII y que uno de sus pecados habría sido enamorarse de una moza de la servidumbre, con la que terminó errando por los montes, escondido en las cuevas de la zona, como la cueva del Puerto, y que volvió al convento una vez murió la amada, pasando el resto de su vida oculto de la persecución de la Inquisición por sus frailes hermanos, trabajando hasta su muerte como un gañán del convento. También, tal vez, se hayan inventado algunas partes de la leyenda, metiendo al fraile perseguido en las cocinas como servidumbre y desde ahí se vengaba de alguno de los frailes que le hubiese denunciado o maltratado. ¡Qué sé yo! Pero ya sabéis que muchas veces las leyendas se asientan en algunos aspectos en partes veraces de la historia y el recuerdo de las gentes, que se van adaptando a las necesidades de las mismas.

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