Según escribe Jorge González Cano, investigador y cronista de Los Cárcheles, a partir del
catastro del marqués de la Ensenada se tiene una fotografía minuciosa de cómo es
el paisaje de la zona. Predominaba el monte y pasto común junto al arbolado
autóctono (quejigos y chaparros) frente a tierras cultivadas –sólo
representaban un 27% de la extensión del término-. Estas cifras explican
sobradamente la importancia del sector ganadero en la zona.
Las tierras
dedicadas a siembra suponen un 80% de la superficie cultivada. Se sembraba
trigo, cebada, centeno, yeros, lentejas y garbanzos. El período de rotación
dependía de la calidad de la tierra e iba desde sacar dos frutos al año sin
intermisión hasta tener que dejar las parcelas tres años en barbecho en tierras
de poca calidad. El viñedo ocupaba el 3,67% de las tierras cultivadas, mientras
que al olivar se dedicaba un 2,02% de la superficie, que junto a los árboles
frutales, morales y nogueras no llegaban al 6% del total de las tierras
cultivadas.
El 13,91% de la
superficie estaba ocupado por encinas, quejigos y chaparros, dedicada a
ramonear y criar ganado con su fruto, entresacar leña para los hornos y hacer
carbón para uso doméstico.
La población iba en
aumento y en la tierra no dejaban de hacerse nuevas roturaciones. El pastoreo
era el oficio que más personas ocupaba en estos lugares. El ganado cabrío con
4043 cabezas, después el ovino, los cerdos, el vacuno y los semovientes (asnos,
caballos y mulos).
Este medio físico no
cambia en la zona hasta mediados del siglo XIX. A partir de ahora el olivar
comienza poco a poco a cambiar el paisaje hasta hoy en día haberse convertido
en monocultivo.
Durante la primera
mitad del siglo XIX los grandes propietarios de tierras en la zona eran: el
Duque de Montemar y Conde de Garciez, la ciudad de Jaén con sus bienes de
propios y los monjes basilios de Cambil –propietarios en un principio de las
tierras del suprimido monasterio de Cazalla en un primer intento en 1810 y
definitivamente durante el Trienio Liberal, posteriormente compradas al Crédito
Público por D. Blas Manuel Teruel-. Todos estos van desprendiéndose de sus
propiedades poco a poco. En los protocolos notariales de ésta época se puede
rastrear este proceso de arrendamiento y venta de parcelas a los vecinos de
Carchelejo. Por ejemplo, en 1831, el Padre D. Diego Bustos, Administrador de
los bienes del suprimido monasterio de Cazalla, arrienda por 5 años a favor de
Juan Ramón González, 2/3 partes del molino aceitero de dicho convento y tres
suertes de olivar llamadas San Marcos, San Agustín y de En medio, así como un
huertecillo junto al mismo molino, a cambio de 700 reales en moneda contante y
sonante y no en vales reales. Este molino aceitero fue adquirido en 1822 por D.
Francisco Fajardo, pero a la restauración del absolutismo fue otra vez devuelto
a los monjes basilios. De esta manera en 1835 vuelve a ser propiedad del
referido Francisco Fajardo que a su vez lo arrienda. El grueso de las tierras
pertenecientes al monasterio fueron adquiridas por D. Blas Manuel Teruel al
Crédito Público, un total de 704 fanegas, incluido el edificio convento y a su
vez vendidas a Antonio José Lozano Ayala en 15.500 reales en 1845.
Otro ejemplo, las
tierras del Duque de Montemar, alrededor de 600 fanegas entre secano, huertas,
pastos y monte, que desde 1751 habían estado arrendadas a colonos residentes en
los cortijos de Cazalla, a partir de estas fechas los arrendamientos se
realizan con distintos vecinos de Carchelejo y Campillo de Arenas.
Los Bienes de Propios
de la Ciudad de Jaén en Carchelejo rondaban las 777 fanegas en 1751 y estaban
arrendados a diversas personas. Por estas fechas se produce la venta de la
mayor parte de estos bienes a labradores de Carchelejo.
Los sucesivos
repartos hereditarios de la familia Lozano, generación tras generación, ha
conllevado, como en toda la zona, la atomización de la propiedad, hasta el minifundismo
de la actualidad.
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