El sitio es
denominado de distintas maneras a través de los documentos: monasterio en el
Barranco de Almonaster; monasterio en el Barranco de Almonester; tierras y
heredades que antiguamente se solían llamar de Nuestra Señora de la Esperanza;
heredad de Cazalla que está en los
montes de Jaén; cortijo que dicen de Cazalla, término de Jaén; tierras de
posesión de Cazalla donde dicen el Monasterio de Nuestra Señora de la
Esperanza, término e jurisdicción de las villas de Cambil e Alhabar; casa e
tierras en el pago que dicen de Cazalla; barranco del Monasterio; y tierras y
heredamiento de Cazalla.
En cuanto a su
extensión superficial las tierras compradas por los basilios al convento de
Santa Isabel de Huelma y que rodeaban al monasterio de Nª Sª de la Esperanza,
era de ciento cincuenta fanegas de cuerda, de bueno y de malo. Esta extensión
equivaldría hoy a unas noventa y siete hectáreas, las cuales fueron apreciadas
al principio en 1400 ducados, rebajando luego su valor a 1100.
Siempre se habla de
convento y molino, bancales con huertas y viñas, y cultivos de cereales y
pastos para el ganado.
“La viña, que estaba muy perdida, la han
replantado –los basilios- y
amugronado y mejorado de manera que vale hoy el doble”, decía un testigo de
la época refiriéndose a noviembre de 1591. Amugronar es acodar el sarmiento de
una vid de modo que la nueva planta ocupe el vacío de una cepa. Un gañán de los
monjes de Cazalla, Pedro Romero, de treinta y seis años, declaraba por entonces
que había hecho más de trescientos mugrones, por lo que “en dicha viña hay mejoramiento, porque está más bien tratada que de
antes”, habiendo plantado además olivos y árboles frutales entre las cepas.
Motivos por los que decía otro testigo, Bartolomé González de Mazas, que era “muy costosa de labrar la viña, huerta e
tierras”. Por su parte, los agustinos aseguraban que era muy grande la viña
y la huerta.
En la huerta había
muchos morales y otros árboles frutales “de
mucho valor”, y entre ellos “cerezos
de grande aprovechamiento”.
También los frailes
habían puesto numerosos pies de olivos, incluso en la viña, como hemos visto,
por lo que tenían un molino aceitero en el monasterio.
Y en las tierras
calmas, de escaso rendimiento, sembraban cereales, por lo que “mucha parte de lo que se siembra no se puede
segar, respecto de ser blanquizar e de poco suelo y así, el aprovechamiento es
tan poco que la costa es mayor.”
Aparte de los
cultivos, los monjes criaban ganado que vendían para pagar el censo a los
agustinos de Huelma. Ganado cabrío, de cerda y algunas colmenas.
Antes de que los
frailes de San Agustín vendiesen las tierras de Cazalla habían dejado de
labrarlas por su cuenta, y las dieron todas en arrendamiento a un tal Juan
Martínez Domedel, vecino de Cambil –ya difunto en 1591- “el cual mientras las tuvo trató muy mal la hacienda, las tierras
estaban muy flacas y toda la heredad la tenía llena de zarzales”. En ellas
pastaban una buena manada de cabras de cerca de seiscientas cabezas y otros
ganados.
El testigo que tales
declaraciones hacía, llamado Blas de Bustamante, se sesenta años de edad,
aseguraba que “oyó decir al Juan Martínez
Domedel y a su mujer, que por qué pecado se habían entrado en dicho
arrendamiento, porque había sido causa de haber perdido su hacienda, porque
sembraban en dichas tierras cada año e no cogían nada. Y que lo mismo les ha
oído decir a los monjes de San Basilio, que siembran y es muy poco lo que
cogen”.
Al parecer, la
heredad de Cazalla era mala, deficiente, aunque los agustinos, por la cuenta
que les traía, aseguraban “que la casa
era muy buena e habían gastado en ella más de mil ducados, e las tierras de
labor son muchas y la viña y huerta muy grande e buena e muy poblada y repuesta
y antes de que la vendiesen estaba muy bien labrada y valía mucho más de lo que
se vendió”.
No obstante, los
testigos que declararon en el pleito sostenido con los basilios, y que en otro artículo referiremos, decían lo contrario, incluso algunos presentados por los
agustinos, que depusieron de forma muy desfavorable al valor de tales tierras y
heredamiento.
En resumen, las
tierras del Monasterio de Nª Sª de la Esperanza eran de baja calidad y el lugar
solitario y desamparado, lo que contribuía a su difícil laboreo y
aprovechamiento. Por lo que no es de extrañar la pobreza que alegaban los
frailes de su comunidad en aquellos finales del XVI. Por ello tenían que pedir
limosna en Cambil. Incluso tuvieron que pedir prestado el trigo para las
siembras, ni tenían para hábitos honrosos.
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